dilluns, 28 d’abril del 2008

Menjar com un rei

Un rècord guiness de tres segles

Avui us presento un dels indrets que més encant té el nostre país. Un indret tancat, especial i... Antic, molt antic. Benvinguts al cor mitjeval. Que ho disfruteu!

A Botín se va a celebrar las bodas de oro, las de plata, las de diamante y hasta las fósiles” –Ramón Gómez de la Serna-.
¿´Bodas fósiles’? Una combinación de palabras que suena a prehistórico, ‘dinosáurico’ incluso. Quizá este legendario de la literatura española se volvió loco –sin que lo sepamos- y decidió, un buen día decir que, en un tal ‘Botín’, se celebran… ¡bodas fósiles! Algo impensable porque cualquiera con dos dedos de frente sabe que esta unión no existe. Menos en Botín; allí, sí. Porque cuando uno se va acercando a esa fachada de piedra siente que se está comprometiendo con otra época sin poderlo evitar.
De repente, me planto en medio de la Plaza Mayor de Madrid y fijo la mirada en una de esas callejuelas que se adentran al Madrid de los Austrias, a ese Madrid vivo de la Baja Edad Media. Sé muy bien qué busco: la calle Cuchilleros, ese sendero que tiene nombre bandolero; o no, o de manjar. Allí está el Botín, en el número 17 de la calle que se llama como lo que necesitas para comer una buena paletilla de cordero. Porque el Botín es un restaurante, y no cualquiera, sino el más antiguo del mundo. Y sino, ¡qué se lo pregunten al Sr. Guiness!
Ahora sí, ahora encuentro la calle Cuchilleros. La voy recorriendo en busca de ese restaurante tan curioso en el que espero encontrarme a decenas de taberneros medievales chillando cerveza en mano. Pero no. En vez de eso, se me planta delante de mis narices un bandolero con pinta de pirata que me invita a entrar a su cueva: ‘La Cueva de Luis Candelas’. Lo miro bien y pienso que todavía no soy suficientemente rica como para hacer de Robin Hood español. Sigo andando y, después de pasar por incontables mesones con nombres de lo más particular, aparece el Botín y, sin quererlo, me traslado a ese 1725. Pero sin ningún tabernero medieval chillando cerveza en mano. En vez de eso, me abre la puerta un hombre que, más que estar en un edificio donde se cuece paletilla de cordero y asado madrileño, tiene más pinta de servir en el restaurante del Ritz.
Ese hombre vestido de blanco no pega. Y menos aún cuando se cierra la puerta y dejo atrás al bandolero pobre y a los mesones que rodean su Cueva. Pero estoy dentro del Botín y ellos, no. Lo que me preocupa ahora es saber en cuál de las cuatro salas –Felipe IV, Castilla, Pérez Galdós o la Bodega- voy a cenar. Es más, me preocupa saber cómo voy a llegar hasta allí si sólo veo laberintos de piedra y decenas de personajes del Ritz dándose golpetazos para poder llegar a la mesa a la qué servir. Incluso pienso que en cualquier momento se les va a caer ese cordero que huele a humo y que, además, recibirá mi camiseta. Pero bueno, aquellos medievales no debían tener miramientos en eso. Por suerte, nadie me tira nada y me atrevo a girar la cabeza sin preocuparme por mi ropa. Algo como un cuchillo dando porrazos ha llamado mi atención. Viene de una sala en la que hay grabadas las palabras ‘Horno’ y, por un momento, me siento tabernera e imagino a alguien degollando un cerdo. Pero no, entre la niebla del olor a quemado aparece un gorro larguirucho y como no, blanco, en la cabeza de alguien al estilo Arguiñano que sólo está cortando pan. Eso sí, lo hace a cuchillazos.
Menos mal que uno de esos ‘gnomos’ blancos me acompaña hasta mi mesa, en la sala Castilla, donde tomo asiento junto a una veintena de ingleses que chillan cerveza en mano. Realmente esos ingleses parecen taberneros. Lástima que tardan poco en irse y me quedo envuelta sólo del olor a la paletilla que me comeré, claro está, con cuchillo y tenedor, nada que ver con lo que debían hacer los comensales de principios del siglo XVIII. Cuando estoy terminando de saborear mi manjar, me llevo una nueva sorpresa: ¡viene la Tuna! Esos chicos vestidos con sus panderetas y sus capas como los príncipes que van con caballo a sus castillos, crean ese ambiente que me recuerda que acabo de cenar en el restaurante más antiguo del mundo. Han pasado tres siglos y sí, eso es más incluso que unas bodas fósiles. Al final Ramón Gómez de la Serna va a tener razón…

3 comentaris:

Marta ha dit...

MARIA
Moltes gracies per la teva visita a cas meva...et torno el compliment i em trobo amb un indret d'allo mes interesant...espero ser benvinguda, ja que penso tornar moltes vegades...fins aviat, guapa.

petonicos per tu, sempre.

aná ha dit...

Enhorabuena por el premio.
Un saludo.

Javi ha dit...

Hola!!!
Es la primera vez que entro en tu blog y la verdad es que me ha encantado!!
Prometo pasarme a menudo
abrazos
-javi-